"No hay nada más común que el deseo de ser notable". (Oliver Wendell Holmes)
Soy una chica ordinaria. Una mujer normal. Una girl next door o algo así. Soy una niña sin problemas (o tengo demasiado de ellos, dependiendo de si ves el vaso medio vacío o medio lleno). Soy chaparra (como en "cinco pies una pulgada y tres cuartos"), un poco gordita (o generosa en curvas, si prefieres), mal proporcionada (demasiado chichis, no suficientes nalgas), un poco (mucho, apasionadamente, a la locura) "platicona", hablo (realmente) muy fuerte (pregúntalo a mi patrona para ver), lloro a menudo (todo el tiempo) como una fontana, me río mucho (muchísimo). Estoy casada (con el mismo hombre) desde ¡uuuuyyyy!, mucho tiempo ya, tengo dos perros (locos), sé cocinar una lasaña excelente (mejor que la de muchos italianos, por cierto), me gusta (bastante) el té negro sin azúcar, trabajo en una oficina (estresante) de ocho a seis de la tarde de lunes a viernes. Yo soy (una falsa) pelirroja. Amo la naturaleza de un amor inimaginable, y especialmente los desiertos, que juzgamos demasiado rápido como vacíos de todo cuando pululan con una vida casi milagrosa. Tomo una cerveza de vez en cuando (léase: raramente), o una copa flauta de burbujas cuando salgo con mis amigas (léase: a menudo). Me gustan los selfies (porque uno nunca está mejor servido que por sí mismo). No tengo (todavía) hijos aunque (ya) soy grande para convertirme en madre. Al menos, según (la mayoría) de ustedes.
Las chicas ordinarias como yo comen un tártaro de salmón en el Bistrot La Réserve a la hora del almuerzo, y a veces se permiten el postre del día (pero shh). Chismorrean, cantan hasta desgañitarse canciones retro en la ducha, se hacen manicuras exóticas, ven las cadenas de cocina en la telé, tomando notas para hacer tal o tal pastel, beben bubble tea, leen a Jane Austen. Quieren reconocimiento. Sueñan con unas vacaciones en Japón para recorrer los mejores lugares de sushi, o en subir el Monte Ararat o en hacer un paseo en kayak en un lago tranquilo los fines de semana. Hacen dietas interminables para perder los kilos acumulados a lo largo de los años y del trabajo de oficina, y cuando no funciona, recurren a los Drumstick con caramelo para desencolerizarse y endulzar su rabia. Adoran ser cumplimentadas. El acento español les parece crujiente. O acentos en general, punto.
Sí, soy una chica bastante ordinaria. No soy ni una estrella de Hollywood ni un genio innovador ni una atleta olímpica ni una belleza. Soy simplemente yo. Odio esos largos inviernos que me irritan, a pesar de que el frío me protege de las arrugas precoces (la frescura es un excelente conservante). Vivo en una casa en renovaciones perpetuas y no cambiará pronto (A mi, no me molesta vivir en el desorden). No manejo, ni siquiera una maldita bicicleta. Leo poesía romántica soñando de enamoramiento, aunque me considero igual de romántica que una lata de atún. Boxeo dos veces por semana, pero aún así "le doy tercamente cuerda" a mi jab de mierda como a un reloj. Y practico yoga (bueno, mas bien estoy haciendo asanas - ¡Qué bien me educó mi amiga Mélanie!) en mi sótano de vez en cuando, con una correa y todo. Me gusta visitar a mi abuela en su bella Gaspésie y comer sus mermeladas de fresa silvestre. Soy una fanática de fútbol (y extraño terriblemente a mi capitán Patrice Bernier este año). Le voy a los Bruins de Boston (y a MI Patrice Bergeron) desde que se murieron los Nordiques (¡no seas ofendido por fa!). Me gustan Pierre Lapointe, Dany Laferrière y Penélope Mc Quade. Soy una verdadera hormiguita trabajadora, no tengo habilidades de jardinería (excepto para cultivar zucchinis gigantes), soy probablemente la mejor amiga del mundo (bueno, tal vez no, pero lo intento), soy (demasiado) generosa de mi tiempo, tengo sangre fría para dar y tomar (es como un bufé all you can eat de agallas), me encanta ir al teatro con mi novio, soy demasiado activa en Twitter.
Ser ordinaria no me molesta. De hecho, me gusta bastante. Vivo bien con la gama de cualidades y de defectos míos. Después de todo, ¿no estamos rodeados de personas que piensan que son the big shit, que creen que pueden reconstruir el mundo como les plazca (¡magia!) y que se imaginan que todas las excepciones están hechas para ellos. Es la historia del mundo. ¡Vaya cosa! Tomé la decisión hace mucho tiempo de esforzarme por desarrollar todo mi potencial, en lugar de envidiar la vida de los demás, por más glamorosa que sea. Porque vamos a decirlo, la peor pérdida de tiempo del mundo es el tiempo inconmensurable que invertimos a ciegas para idolatrar e imitar, a tratar de convencer a los demás y a esperar que los otros estén listos para acompañarnos, cuando sin embargo uno tiene todo en sí mismo para realizarse y estar en primer plano de su propia vida. No quiero desempeñar un papel de apoyo en mi vida y permitir que los intrusos me eclipsen.
Doy la impresión que lo digo es una magistral evidencia, pero el trabajo sobre mi propia visión del mundo y de mí misma todavía está en sus primeros días. Las chicas ordinarias como yo, a menudo se sienten inferiores, incomprendidas, incompetentes y todo tipo de otros calificativos comenzando con "in". No dominan el arte de cuidarse. Dudan. Ocultan su fragilidad bajo excesos de grandes sonrisas y una bondad un poco exagerada. Pero la chica ordinaria viviendo en mí ha avanzado a pesar de todo, a veces a pasos de tortuga, a veces a pasos de gigante, de modo que sus miedos, sus incertidumbres y sus deseos se asumen como deberían. Y mis estallidos de risa de niña ordinaria por culpa de las travesuras de la vida ya no son forzadas en absoluto. En este sentido, de repente he ganado el prefijo "extra" frente a todo lo ordinario de mi universo. Hay mucho más superlativo en mi pequeño ser que lo que realmente quiero admitir, en verdad.
Cada vida tiene su parte de rutina, de cotidiano, de monotonía. Y cada vida también inspira esta sensación de exaltación. Surfeamos a veces en una ola de locura, mientras derogamos de estos hábitos que parecen tan lógicos a los ojos de las personas que nos son cercanas. Entonces, los seres que frecuentamos dicen que hemos vuelto a la infancia, que nos golpeamos la cabeza, que tenemos une crisis de media edad, que tenemos miedo al envejecimiento, que padecemos de un poco de bipolaridad momentánea o que hemos fumado algo fuerte. Porque es a los demás que el cambio causa más miedo. Ponemos los frenos voluntariamente para evitar tener que explicar a nuestros colegas demasiado curiosos o a nuestra familia ávida de estabilidad por qué de repente nos hacemos tatuar una rosa de los vientos en la espalda baja, por qué nos divorciamos después de tantos años de este matrimonio que parecía tan perfecto (en teoría por lo menos), por qué nos convertimos en tigresa, en gallina de lujo cuando salimos con un jovencito de doce años menor que nosotras y que tomamos un año sabático para centrarnos en nuestra creación literaria a tiempo completo.
En pocas palabras, cuanto más lo pienso, más creo que fue Chekhov quien tuvo todo la razón cuando escribió que: "el estado normal de un hombre es ser original". Solo es ordinario quien no cree en sus medios. Y esta dualidad sobre la cual uno camina como sobre un alambre de hierro en verdadero funámbulo, la de querer ser como todos y no querer ser como nadie, existe en todos y cada uno.
Entonces debes elegir entre vivir o existir. O no elijas nada y simplemente déjate llevar por la brisa.