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Nuestra violencia


"La violencia es una falta de vocabulario" (Gilles Vigneault)


Todos carecemos de vocabulario. ¡Sí que sí, tú también! Incluso el más locuaz de nosotros (es decir, ¡yo!) no siempre tiene la palabra correcta para expresar la inconmensurable inmensidad de su mundo interior. Hacemos nuestro mejor esfuerzo para traducir, interpretar, crear imágenes, ilustrar lo que burbujea en nuestras venas, pero en vano. Siempre habrá una palabra faltante que hubiera designado tan bien un sentimiento o la extrañeza de uno de los pensamientos fugaces tocando nuestro espíritu en ebullición. No es en vano que inventamos nuevas palabras como sembramos nuevas flores en nuestros jardines cada año. Queremos cultivar nuestras almas dañadas, hacer que nuestro aprendizaje abunde, y para hacerlo correctamente, necesitamos las palabras perfectas. Ellas son el mejor fertilizante. La elocuencia de la verdad es un elixir efectivo.


Pero nuestra falta de vocabulario tiene una correlación directa con nuestra violencia. Sí, NUESTRA violencia. La mía, la tuya, la colectiva, la de los demás, de aquellos cuyos nombres aparecen en los periódicos de vez en cuando. El ser humano es básicamente violento, a pesar de que nos matamos por negarlo. Ya el simple hecho de que acabo de usar la frase "nos matamos por" en lugar de "nos esforzamos" dice mucho sobre nuestra tendencia colectiva a oscurecer nuestra visión de nosotros mismos. Por lo tanto, uno está muerto de cansancio en lugar de simplemente cansado, uno mata el tiempo en lugar de simplemente pasarlo, en francés, la belleza de algunos o la evidencia de ciertas cosas que observamos nos reventa los ojos (para decir que son obvias). Uno en lugar de solo estar enojado, se dice de un arrogante que tiene una cara a abofetear, arrancamos las palabras de la boca de alguien que hesita en hablar, hacemos algo con el alma hecha pedazos cuando es de mala gana, los ingleses usan pain killers para aliviar el dolor, rompemos con alguien al terminar una relación, explotamos la cara de su rival (¡eso es violento!) para describir un simple altercado. En francés, en la noche del 31 de diciembre "tumbamos" el año, rompemos récords, disparamos a quemarropa insultos o acusaciones, el sol "nos golpea" cuando nos quedamos dormidos inadvertidamente en una playa, se dice también que "tomamos un golpe" al beber demasiado alcohol, nos "partimos la cabeza" para encontrar soluciones y "partimos la baraca" cuando tienes un gran éxito, te arrancas el cabello con desesperación, crucificas a alguien en la plaza pública, sacudes las pulgas a la persona que se comporta como idiota... En resumen, hablamos violento y sombríamente todos los días, incluso de manera inconsciente.


Nuestra violencia natural también se refleja en nuestros pasatiempos. Yo mismo practico el boxeo, un deporte donde la violencia está supervisada, sin duda, pero esa violencia resulta de todos modos ser su premisa. Al momento de escribir esas líneas, Adonis Stevenson, un campeón de boxeo, fue puesto en coma artificial después de haber subido un K.O a la cabeza el 1 de diciembre de 2018. No sabemos si sobrevivirá. Yo mismo estuve encantada de asistir en persona a este espectáculo de golpes. Lo admito, grité unos "Apunta al hígado" un par de veces durante este evento. Podría decir que es una aberración, que es una violencia evitable, que estoy loca por amar este deporte, que los boxeadores son masoquistas para soportar tal salvajismo, a pesar de todo sigo amando el boxeo. Sigo todas las peleas importantes. Desde que Adonis ha estado en el hospital, he leído y recibido muchos comentarios en contra de este deporte, que se llamaba pugilismo en los Juegos Olímpicos de la Antigua Grecia (pues sí, hace muchísimo tiempo que los seres humanos se pegan para jugar). Nos rebelamos, nos decimos a nosotros mismos: "¡No me gusta eso, ya que no soy un ser violento! ¿Cómo nos puede gustar un tal deporte cuyo propósito principal es dar una conmoción cerebral al oponente?" Los comentarios me hacen sonreír ya que son bastante hipócritas, y me recuerdan que la memoria es una facultad que olvida. Sí, nos olvidamos que esta violencia, la encontramos en todas partes y nos gusta. No. ¡Nos encanta! Incluso por momentos, queremos mas de ella. En Canadá, por ejemplo, el hockey sobre hielo es una religión de los tiempos modernos, y es uno de los deportes donde se tolera mas los golpes violentos. Uno de mis ídolos, Patrice Bergeron, ha pagado repetidamente un precio muy alto por jugar hockey. Muchos jugadores de hockey han visto sus carreras terminarse temprano debido a conmociones cerebrales, pero las regulaciones severas tardan en llegar, aunque han mejorado mucho. Algunos hasta se suicidaron o murieron repentinamente de los efectos de sus males, entre otros Steve Montador y Derek Boogaard. En el fútbol americano, es aún peor. Hay innumerables jugadores que viven con problemas relacionados con la violencia física gratuita recibida durante la práctica de su deporte, especialmente las conmociones cerebrales importantes.


A otros no les gusta el boxeo (y es su derecho) y se exasperan, pero por otro lado van a cazar. ¡A esto le llaman caza deportiva! Así que es un deporte... Un deporte violento. Después de todo, ya no estamos en la era en la que teniamos que salir a la caza para poder cenar. Para poder apretar un gatillo, se necesitan huevos enormes. Tomando fotos con nuestra presa muerta como si nada hubiera pasado. Hacemos un adorno de pared con el penacho del alce. Algunos cazan animales raros en África y trufan su cuenta de Instragram con imágenes de cebras o leones muertos. Me pregunto si los que cazan al león lo hacen para consumir la carne... ¿Qué piensas? Y si no cazamos, jugamos videojuegos como si estuviéramos realmente obsesionados. En este momento, es Fortnite, el juego de moda. Todos me hablan de eso, pero tuve que pedirle a Google que me lo explicará (soy de la era de Tétris y nada más que Tetris). Lo que entiendo del objetivo del juego es que tienes que sobrevivir, cueste lo que cueste. Lindo. Y para hacer eso, tienes que matar todo lo que se mueve. ¿Es mucho menos violento que el boxeo, cuando lo piensas, verdad? En Rimouski, mi pequeña ciudad de 50 000 habitantes, un lugar apacible y pacífico, se publicó esta semana en los periódicos de tener cuidado porque jovenes de tres escuelas preparatorias se juntan en un parque para pelear al estilo fight club. Ósea, violencia gratis. Sólo porque.


A los seres humanos les gustan las películas de mercenarios, y soy la primera en decir "¡Sí, yo quiero!" cuando una película de Liam Neeson sale en la televisión. Nos parecen tan sexy, los batos duros con cicatrices. Ñam, ñam (tengo corazoncitos en los ojos). Eso y chicos haciendo artes marciales, como Jason Statham y sus acolitas con six packs. También nos gusta los disturbios siguiendo las victorias en las finales de nuestros equipos deportivos favoritos, ahora que nos entretienen cadenas de noticias 24 horas por días. Unas personas rompen ventanas, dañan a obras de arte y ensucian a monumentos cuando manifiestan por causas (no siempre, claro, pero a veces). Mira el fenómeno de los Chalecos Amarillos de Francia, esos días y constatarás que no digo mensadas. Nos encantan los goons en los deportes profesionales. Pues nada es mas eficiebte que uns buena batalla para cambiar el ambiente de un partido. Los humanos están cada vez más inclinados a dar su opinión sin censura en las redes sociales, quizás pensando que es como estar en su propia sala de estar y que la gente probablemente nunca leerá los comentarios. Las cuentas Facebook son taaaaaaaaan intimas, después de todo (guiño). Es un poco como si invitas a tus 649 amigos virtuales a una mega fiesta en casa especificando que lo que se dice detrás de las puertas cerradas de tu hogar debe permanecer "entre nosotros"... ¡Hermosa utopía! Nos quejamos contra las mujeres, contra los hombres, contra los musulmanes, los judíos, los negros, los homosexuales, los migrantes, los ecologistas, las feministas, los utopistas, los capitalistas... Y de repente, alguien arroja una bella frase del tipo: "Los grupos étnicos, los devolvería a todos a su país con grandes patadas en el culo". Y todos se ríen a carcajadas, como si fuera un buen chiste. Somos cómicos, nos consideramos inofensivos con nuestros comentarios gratuitos frente a amiguitos que apenas conocemos, estamos entre nosotros como familia, después de todo, una familia de 649 personas menos una, porque decidimos correr a la única valiente que tuvo la osadía de decir que el payaso, con su comentario, se había pasado de la raya. El comentario es de una violencia inimaginable, la verdad. Nos da risa porque nos atontamos cuando estamos en grupo. Pero no hay nada divertido, al final.


Hace como dos semanas, por ejemplo, en el Centro de Videotron de la ciudad de Québec, escuché durante una pelea de boxeo femenino un resonante: "¡Oye gorda! Ánimo! ¡Podrás comer todo el pastel de queso que se te antoje, después! "Y también: "¡Ponle la mano en sus pantalones, se calmará!" Estaba dirigido hacia Marie-Eve Dicaire, la boxeadora que iba a ganarse el cinturón del campeonato, y también a su entrenador, un hombre. Marie-Eve, una chica en forma. Una gran atleta en un mundo de hombres. Una mujer hermosa, amable y sonriente. Una campeona del mundo. Estos dos comentarios son solo una pequeña muestra de todo el odio verbal que ha atravesado mis tímpanos durante esta pelea. Comentarios que salían de la boca de personas que parecían educadas y ricas. ¡Nunca debería confiar en la apariencia de la gente, debería saberlo! Y ni siquiera hablo de la "machoexplicación" paternalista de los "tíos" panzoned gritandole en voz alta cómo boxear correctamente con exclamaciones del tipo: "no es así que se boxea, mi amorrrrr". Sí, siempre hay un troll que duerme en uno mismo, a veces bien escondido, a veces bien mostrado. Y todos los trolls tienen un grado de violencia que puede variar dependiendo del nivel de confianza en su caparazón humano.


¿Como es tu troll? ¿Que dice? ¿Está gritando insultos a las mujeres? ¿Avergüenza a los obesos con comentarios asquerosos acerca de su apariencia? ¿Aprovecha su plataforma de animador de radio para vomitar en oleadas sobre personas indefensas que no piensan como él? ¿Envía dick picks a periodistas hembras o chicas adolescentes vía las redes sociales? ¿Odia a las personas transgéneros? ¿O está satisfecho de juzgar en una burbuja a aquellos que no se parecen a él? El mío odia a las personas cerradas. Quiere arañarles la cara y gritarles: "¡Despiértate, Madre mía!". Lo sé, lo sé, si lo hiciera de verdad, no sería un escena agradable que ver, pero igual a mi como a todo el mundo me pasa que tenga ganas de cerrar el puño y romper una ventana con él. La verdad es: todos somos violentos, a nuestra manera. Así que no es sorprendente que uno se sienta atraído por una serie de actividades violentas, incluidas las películas. Hasta el pobre Karate Kid tenía la misión de destruir a un oponente, a pesar de las buenas enseñanzas del Sr. Miyagi. No importa cuán dulce sea un cordero, hay un lobo en algún lugar de nuestra mente que se alimenta de la sociedad. Y a veces, el lobo muestra los dientes, aunque eso no significa que esté atacando y mordiendo. ¡Cálmate pues!


En 2016, investigadores españoles se centraron en la cuestión de la violencia humana, preguntándose si era por naturaleza o por culpa de la sociedad[1]. Pregunta interesante, ¿no crees? Resultó que la violencia humana, cuando nuestra especie se separó de los primates, ya era en aquella época seis veces más alta que cualquier otra especie de mamífero. Este instinto parece ser parte de nuestra naturaleza, y sigue siendo evolutivo. Desterrar el boxeo, prohibir la caza deportiva y evitar que los niños se peleen en el patio de recreo de una escuela no cambiará este hecho.


Admitir su propia violencia ya es un poco como domesticarla, después de todo. Y la felicidad, ella, la inhibe y la disuelve.

[1] The phylogenetic roots of human lethal violence, José María Gómez, Miguel Verdú, Adela González-Megías & Marcos Méndez.

| par La vie est un piment

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