"El mejor viaje es el que aún no hemos hecho". (Loïck Peyron)
¿Y si yo me fuera? Así, de repente, solo porque yo tendría unas ganas desproporcionadas de hacerlo, o porque la oportunidad hubiera puesto un pie en el marco de la puerta de mi vida. No es que esté a punto de hacerlo, para nada, pero me gusta imaginar todo lo que haría con un año libre y un presupuesto ilimitado para descubrir el mundo. He estado soñando desde niña de esta hipotética gira mundial, y con los años, agregué destinos a mi itinerario ideal. Algunas veces, también, retiro uno después de haberlo por fin visitado, y luego le vuelvo a agregar, diciéndome que, después de todo, un viaje majestuoso de tal duración también podría permitirme volver a visitar un favorito.
¿Qué haría con todo este tiempo libre? ¿Seguiría una lógica irreprochable, volando de este a oeste alrededor del mundo en una alfombra voladora, o sería tan desigual en mis viajes como lo es mi colección desordenada de zapatillas, yendo a donde mi impulso del día me empujaría? A diferencia de otros, no tengo la pretensión de querer visitar tantos países como sea posible a lo largo de mi vida. Cuando viajo, me atraen dos cosas muy distintas: los lugares repletos, abarrotados, a los que llamo hormigueros humanos, y los lugares solitarios, aislados, ocultos, casi imaginarios. Soy una chica sociable y solitaria a la vez. Para muchos, sólo soy una impresionante cotorra, pero también puedo permanecer en silencio durante días. Aquellos que me conocen mal no me pueden imaginar con esta fuerza silenciosa, y sin embargo...
Entonces, si yo me fuera, ¿por dónde empezaría? Probablemente por el norte de México, un lugar que me es caro, donde viví durante locos años en los albores de mi vida de mujer en floración. Regresaría a Ciudad Obregón, la ciudad donde viví, por el simple placer de ver a mis amigos, comer un buen "dogo sonorense" (los mejores del mundo) y bailar la quebradita para una noche desenfrenada. Sería el mejor comienzo para una gira mundial digna de ese nombre. Luego, iría más al sur para descubrir un área llamada Huasteca Potosina, cerca de San Luis Potosí, uno de los secretos mejor guardados de México (ya no, jajaja). Sueño con saltar en sus cascadas cristalinas y dejarme que las corrientes turquesas me arrullen suavemente. Luego, pasaría un día en la ciudad de México, un sábado, ¿por qué no?, para volver a ver el famoso bazar de la Plaza San Jacinto que tanto me encantaba de joven, y también Coyoacán, antes de volar al viejo continente para nuevas aventuras.
Europa no me atrae particularmente, a diferencia de la mayoría. No sé por qué. Me encanta la historia, adoro la arquitectura, la buena comida, pero Europa nunca ha sido mi primera opción. Sea como sea, tengo de todos modos sueños de Europa a saciar. Tengo un saborcito en la boca a esa verde Irlanda, la tierra de mis raíces, un sabor a Calzada del gigante, a castillo de Blarney y su piedra de elocuencia, a Dublín, a bahía de Dingle... Me gustaría realizar un viejo sueño, él de descubrir las Islas Feroe, sus picos, sus acantilados y sus casas con techos de turba. Me fascinan locamente estas islas desde que a la edad de diecisiete años, mi encuentro con Annika, una feroesa rubia como el trigo y bien amable, despertó mi interés acerca de ellas. Recuerdo que le propusimos el desafío, durante una escapada a Cancun, de encontrar al menos uno de sus cincuenta mil compatriotas en una playa mexicana llena de turistas, y ella nunca lo logró (el contrario hubiera sido bien sorprendente). Quiero también visitar a Helsinki. Tengo afinidades naturales con los finlandeses y me gustaría explorarlas frente a un gran tazón de arándanos congelados con salsa de caramelo caliente del restaurante Saaga. Sólo porque soy así de extraña y que vi este postre en un programa de tele.
Luego, me gustaría cambiar de dirección y irme a descubrir las tierras del este, pero no antes de haber hecho una breve parada en Provenza para visitar las Gargantas del Verdon y llenarme de nuevo el tanque de sol, ya que me habré congelado la punta de la nariz (por no decir el culo) en Escandinavia. Mi este comienza con Riga, Vilnius y Tallin, por el mar Báltico, luego continuaría hasta Albania, este país que provoca tantas reacciones del tipo "wtf, Alba, ¿qué?" cuando verbalizo mi deseo de ir allá. En Albania, hay una visita obligada en mi itinerario, el Parque Nacional de Valbona, un paraíso alpino a dejarte sin aliento, además de las fantasmagóricas playas azuleadas de Saranda, Vlora y Dhërmi. Es cierto que está fuera de los caminos turísticos habituales, pero no quiero pasar mi vida entre Viena y Venecia (¡Draaama!). Las rutas las más llenas de baches, las más sinuosas, son las que nos llevan a las sorpresas más inesperadas. ¡La aventura, amigo! ¡La aventura! Esa es LA meta. Después, me iría a Georgia, ya que esté en el área. La lengua georgiana me intriga, su ortografía, sus sonidos, y Tbilisi me parece ser una capital de las más agradables para comer bien y beber bien. Luego, después de tantos abusos, me iría a relajar en las montañas de Svaneti. A Ushguli, pues. Sólo porque es hermoso. Es más que hermoso, de hecho, es literalmente grandioso. Y lo grandioso me conmueve. ¡Quiero muchísimo grandioso en mi vida!
Después de Georgia, me iría a Turquía, ya que hay vuelos por una miseria entre Tbilisi y Estambul. Turquía es mi zona de confort. Después de todo, no siempre podemos vadear en lo desconocido. Quiero a veces nadar desnudita en lo conocido, y sentirme cómoda como pez en el agua (un bonito pez, un pez payaso, no un rape). Para mí, ese lugar es Estambul. Dormiría en MI hotel, el Adora, me atiborraría con té negro, iskender kebab y balık ekmek. Luego, pasaría unos días en la región de Sakarya con mis amigos Özlem y Alper para por fin conocer a Furkan, el hijo de ellos. No hay nada mejor que tomar tiempo para celebrar una vieja amistad, y esto aunque uno tiene sed de cosas nuevas. La amistad es pura vida. En Turquía, también hay MI montaña, el Monte Ararat, posada en la frontera con Armenia. Ararat es la montaña bíblica del arca de Noé. Me encanta su nieve eterna y su aire dramático. Me prometí subir a la cima un día, y estuve preparándome para esta aventura durante mucho tiempo. ¿No sería el momento perfecto para ascenderlo, mientras deambulo en los alrededores, el alma felina?
Una vez que la cumbre de Ararat alcanzada, podría cruzar a Irán, ya que queda cerquita. No puedo imaginarme dando la vuelta al mundo sin ir. Quiero conocer a Teherán, Mashhad, Isfahan, Shiraz, Tabriz, Yazd. Mi atracción por Irán data de mi juventud. Tenía doce años y acababa de leer "Nunca sin mi hija" de Betty Mahmoody. El libro hubiera debido haberme aterrorizada, pero su efecto fue contrario. Descubrí mientras leía entre líneas a gente interesante, intrigante, cultivada. Luego, a lo largo de los años, conocí a iraníes de diversos orígenes, quienes me encantaron. No tengo miedo de ir a Irán. Incluso tengo la impresión de que me recibirían como a una reina y que a los iraníes les encanta tener visita. Esto es exactamente la razón porque me encanta viajar: Para conocer a gente interesada a compartir culturalmente y así romper tabúes con cálidos abrazos.
Es aquí, después de Irán, que se pusiera fucking complicado, porque no supiera qué dirección tomar. Pero como contaría con un presupuesto ilimitado (¡no olvidemos mi premisa básica!), no tendría que preocuparme por eso. Así que déjame improvisar y así "desempacarte" lo que sigue sin seguir demasiado el plan. Ahí te va: Iría a Dahab para saludar a Gaby y Andy, y me organizaría para que mi estancia coincida con las vacaciones de mi amiga Hend. Celebraríamos nuestro reencuentro en Alibaba a comer tantos calamares que nos sentiríamos saciadas hasta el fin de los tiempos. Dahab es uno de mis lugares favoritos. ¡Estar allí otra vez por una semanita sería increíble! Y mientras estaría en Egipto, podría, por un instante de momento, alcanzar el desierto blanco y jugar a la nómada. Luego iría a Beirut, Líbano, porque me dijeron que este lugar era el paraíso de la gastronomía de Medio Oriente (¿o de Próximo Oriente? Ya no sé muy bien, ¡estoy confundida!). En resumen, tengo un hambre canina por Líbano. Así me iría a Líbano. Lo que mi estómago quiere, yo también lo quiero.
En mi itinerario, habría una estancia en Darjeeling, India, ya que estoy loca por este té perfumado y porque podemos ver el Himalaya a lo lejos desde el Tiger Hill. Visitaría el archipiélago de Socotra en Yemen (sí, Yemen está en guerra, ya sé, ¡pero estamos en lo hipotético, pues!), con su biodiversidad endémica y sus lagunas cerúleas. Me quedaría en Zanzibar, la isla de las especias. Mi vida es puras especias, después de todo, y nunca nos basta el mar y el aire salado cuando es tiempo de llenarnos de endorfinas. ¿Qué más puede haber en mi sacrosanta lista? Senegal. Porque las mujeres senegalesas son las más originales de África y valen el viaje ellas solas. Me gustaría ver Kyoto durante la floración de los cerezos y visitar Gion, el famoso distrito de las Geishas. Aunque casi ya no hay Geishas auténticas, su historia me atrae como un imán y Kyoto es inseparable de este universo misterioso. Me gustaría ir a Birmania aunque no esté de acuerdo con la manera que este país trata al pueblo rohingya. A veces, presenciar una realidad de la vida y no confiar siempre en la información que se reporta en la televisión es un gran regalo que nos hacemos. Quiero ver con mis ojos este país abriéndose lentamente como una ostra al oeste. Se me han dicho muchas cosas acerca de él, buenas como malas, pero quiero yo solita captar su esencia, su olor.
También hay (¡claro, me conoces!) algunas rarezas que me gustarían explorar. Bueno. ¿Ya pensaste que era algo extraño no haber incluido a España, Italia, Inglaterra y Francia en mi gira mundial, verdad? Es así, ni modo. Y dije que iría a Provenza, así que no excluí totalmente a Francia. ¡Francia no es solo París, ya pues! Mi rareza número uno es esta: ir a la Guayana Francesa. Pues sí. Y es Francia, de hecho, pero con una naturaleza más exuberante, en plena selva. Sus habitantes son de diversos orígenes. Además de su centro espacial, el lugar tiene una hermosa costa y un parque amazónico. Beben ron, comen pescado ahumado. Es la cuna de la pimienta de cayena, llamada así en honor a su capital. Quiero ir a toda costa, aunque para llegar allí, tenga que tomar varios vuelos de aerolíneas desconocidas. En cuanto a mi rareza número dos, aquí está: Quedarme en la Isla de la Ascensión. El lugar es uno de los más recluidos del planeta, emergiendo de ninguna parte en medio del Océano Atlántico a medio camino entre la costa brasileña y el continente africano. Es el hogar de setecientos afortunados que pueden practicar el golf en el terreno más feo del mundo (le decimos browns a los greens, ¡es poco decir!). Una isla perdida llena de ingleses y estadounidenses, me parece lo suficientemente fascinante como para integrarla a mi gira mundial. Ya puedo oírte exasperándote al arrancarte el cabello: "¿Cómo puede ser que prefiera una isla tan glauca a un viaje a Italia?". Ni modo, soy quien soy.
Si yo me fuera, no podría evitar Marruecos, sus ciudades imperiales, Chefchaouen la azul y Ouarzazate la desértica. No podría no ir a Rusia a ver el lago Baikal, el lago más profundo conocido, que contiene casi una cuarta parte de las reservas de agua dulce del mundo, o Ulaan-Ude, esa ciudad de Rusia parecida a Mongolia. Iría en tren, por supuesto, en Transiberiano, y eso, aunque el viaje me parecería in-ter-mi-na-ble. Con un año frente a mí, tendría tiempo par tomar mi tiempo. También me gustaría ir de excursión a Ala Kul en Kirguistán, este lugar al que llamo el fin del mundo. Todos tenemos nuestra definición personal de lo que deberían ser los confines del mundo, de hecho. La mía es este lago azul verdoso ubicado al pie de un glaciar a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. En mi opinión, no podría haber un mejor fin del mundo que este para hacerme vibrar en soledad al ritmo del aire puro y la montaña nevada. Iría a Brasil para iniciarme a la capoeira, para descubrir los carnavales, la churrasqueira, el Pantanal y para ver un partido de fútbol en la Maracaná. Yo nadaría con delfines rosados de agua dulce (sí, igual de rosados que una goma de mascar) en la Amazonía, a pesar de que tengo un poco (mucho) miedo de ser comida por unas pirañas. Iría a Tasmania para hacer autostop con como único aliado mi carisma legendario (pues sí) para ayudarme a parar a los buenos samaritanos. Tengo muchas ganas de caminar por la bahía de Wineglass. Su solo nombre me da sed. Salud, pues.
Me gustaría mucho pasearme al atardecer en los pasillos iluminados de los Gardens by the Bay en Singapur. Escalar los glaciares de la Patagonia, al menos intentar explorarlos ya que no sé si soy capaz de usar crampones, ver a Cape Town, recorrer la ruta de los vinos de Sudáfrica, ver a jirafas en libertad y a los pingüinos de la playa de Boulders. ¡Sí! Quiero TANTO caminar en medio de una horda de pingüinos bulliciosos en una playa exótica, que me pondría mi mejor vestido, ya que están en esmoquin a tiempo completo, de todas formas. ¡Nada en el mundo podría ser más irreal que esta idea! Iría a Vegas a hacer un entrenamiento de boxeo con un amigo que tuvo algunas peleas de campeonato en su pedigrí, solo para empujar mis límites, superar mis miedos, no contentarme de ser una espectadora soñadora, pero ser de repente LA protagonista. Terminaría mi viaje en Nyuhkuning, Bali, en una cuartito del Alam Shanti desayunando pudín de arroz negro o nasi Goreng, entre flores de loto y pequeños monos curiosos ladrones de plátanos. Es el final soñado. Una apoteosis.
Si yo me fuera, me sentiría como en casa a cada segundo. Estoy hecha así, sin ataduras y atada a la vez. La tierra es mi hogar. Y sólo depende de ti venir a buscarme cabalgando una mariposa en una de mis cumbres o en una de mis islas. Te estaré esperando.