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¿Y qué?


"Hay poca diferencia entre un hombre y otro, pero es esta diferencia que lo es todo" (William James)

Yo, mis kilos y mis palabras de sobra, te mando a la ver...(ya sabes) desde mis venerables cinco pies, una pulgada (y tres cuartos) y mis tres y media pulgadas de zapatillas. Sí, te mando a la chin... (eso) ya que piensas que no merezco estar en bikini en la playa o mostrarme en Instagram ya que tengo una lonja. O porque te imaginas que viajo siempre a los mismos lugares y que podría cambiar de vez en cuando e ir a Cuba como todos los demás. Porque crees que estoy desorganizada y desordenada y te enoja porque de todos modos como toda buena reina de la desorganización, encuentro muy fácilmente mis cosas. Porque soy demasiada intelectual y me rebelo por tonterías. O no lo suficiente feminista ya que algunas de mis mejores amigas usan hijab y no me importa un pepino. O egoísta porque a los casi cuarenta, todavía no tengo un hijo. O que soy "groupie" porque me llevo bien con dos o tres celebridades que son mis amigos en todos casos. O que siempre estoy de vacaciones (eso NO es cierto, de hecho). O que soy una princesa porque como tártaro para el almuerzo en lugar de comer el típico sándwich de jamón. ¿Y qué? ¿Por qué todo esto te debería de importar? A veces, deberíamos cerrarnos los ojos, taparnos los oídos y callarnos la boquita y seguir nuestro camino sin checar atrás o al lado.


Siempre es demasiado fácil analizar lo que las personas comunes hacen diariamente y juzgar drásticamente. Lo drástico, sabemos muy bien de esto, nosotros, humanoides.Y de la generalización también. Todos tenemos un juicio rápido por momentos. La verdad es que nos dejamos molestar por detallitos ridículos de la vida que nos hacen perder un tiempo precioso. El mejor ejemplo de estas molestias son las redes sociales. Qué fácil es rodearse solo de personas que comparten nuestras opiniones, ahora que podemos ser parte con unos pocos clics de comunidades totalmente dedicadas a menospreciar a las feministas, a personas de izquierda, de derecha, a inmigrantes, veganos, carnívoros, milenarios o "baby boomers", a los a favor de la 2da enmienda del Tío Sam o a los ambientalistas, y esto nos hace cada vez menos tolerantes con los que podríamos llamar "la resistencia". Se ha vuelto tan común meterse en lo que no nos pertenece, sembrar broncas, juzgar las apariencias y hacer un show con puro viento.


Los varones tienen mucha dificultad a felicitar a otro dude. ¡Es patético, come on! Cuando un hombre heterosexual admite (con desgano) que otro hombre "se ve bien" (porque nunca dirá que es guapo, no que no, por temor a ser de repente considerado como el nuevo portaestandarte del arco iris...), casi tenemos ganas de felicitarlo por su inesperada audacia. Porque a los muchachos, les da miedo las apariencias y el juicio de la manada de lobos de mala muerte esperando que ellos se saquen los dedos de pies de los zapatos para morderselos. En cuanto a las chicas, se envidian enfermizamente y tan pronto como una de ellas logra algo bueno, docenas de otras esperan con su tazón de palomitas y su lengua de víbora que ella fracase, pretendiendo que es "una verdadera falsa", de todos modos (olvidamos rápidamente cuando nos conviene y que tenemos un objetivo de odio en la mente que "verdadera" y "falsa" es una extraña contradicción). En amistad, es aún peor. Somos posesivos de nuestras amistades como una madre oso de sus ositos. Se nos calienta la sangre cuando alguien parece acercarse demasiado a nuestros mejores amigos (tengo las venas sensibles con solo pensarlo). Cuando alguien resulta ser un poco extrovertido, le etiquetamos como "buscador de atención" o aspiradora de atención. Cuando una mujer sale con un hombre rico, la llamamos cazafortunas. Cuando un colega tiene un aura incompatible con la nuestra y confronta nuestras ideas, lo demonizamos o, aun peor, lo tomamos personal y le declaramos la guerra. Cuando alguien no está de acuerdo con el político de moda, le calificamos de anárquico y de party pooper. Cuando alguien se siente ensombrecido por una persona que de repente luce como un diamante, se imagina que ese individuo lo hace con ganas y esto le hace enojar a pesar de que un segundo antes, pretendía no querer atención en absoluto. Tan pronto como escribimos un blog, nos convertimos en una exhibicionista (sí, hablo por mí misma, ¡la show off perfecta!). ¿So what? Esto no debería impedirnos de dormir en la noche.


Porque en la vida, la palabra "unanimidad" existe solo en el diccionario. Incluso cuando una votación se gana con un resultado de 100%, siempre habrá alguien que, la colita entre las piernas, haya seguido el flujo por temor a afirmarse, o simplemente no sentirse solo en su grupito. No decir lo que pensamos para evitar problemas, nos sucede a todos de vez en cuando. Compramos la paz. A veces, esta paz sabe demasiada buena como para privarse de ella, aunque eso significa olvidar su propia naturaleza. No nos gusta la pareja de nuestros amigos (no van bien juntos, pues), pensamos que tal mujer es demasiada alta para usar una falda y que se cree bien joven con su nuevo corte de cabello, que el estilo de vida del Sr. Fulanito es demasiado sedentario y que su fecha se está caducando a toda velocidad, que la vecina se está poniendo vieja y no parece preocuparse de la cosa cuando se viste de abigarrada para salir al super, que un colega se enferma con demasiada frecuencia (no se puede, ¡enfermarse tanto pues!), que la mendiga loca de la Marie-Eve le echa porra a los Bruins de Boston solo para hacer lo contrario de las masas (Bueno, ¡es obvio que ella tiene un trastorno de oposición enfocado específicamente en el hockey sobre hielo!)


Ya sé que al leer este texto, te das por aludido. Tienes la impresión de que lo escribí pensando específicamente en ti (¡claro!) con la idea subyacente de liquidar cuentas que crees que tenga con tu encantadora persona sin tratar directamente de desafiar los elementos de la vida. ¡Un texto es tan conveniente para pasar mensajes después de todo! Te dirás: "¡What a bitch!" El objetivo es precisamente que te sientas apuntado. Porque todos somos así, juzgadores juzgados. Este texto es el texto de todos y de nadie al mismo tiempo. Pertenece a todos, porque todos tenemos nuestros momentos más oscuros, donde los chismes son nuestra única salida, nuestros pequeños placeres culpables. Todos tenemos la lengua sucia... o la lengua larga, dependiendo del día. Y al mismo tiempo, no es de nadie, porque al escribirlo, yo tenía en la mente que si te reconcieras, ni modo, que así sea (siempre tenemos la opción de evitar voluntariamente de sentirse llamados si no se nos antoja). El objetivo no es cambiar en absoluto, sino mirarse el ombligo con una conciencia real.


Nosotros juzgamos, y todos somos juzgados. Yo y mi bikini, soy juzgada. Tú, que solo hablas de tus hijos veinticuatro horas por día, te haces juzgar por completo. Tú también, ya que has cambiado de pareja tres veces en solo seis meses. Y tú, que tomas tres cervezas en el estadio antes del juego, te haces juzgar. Y tú también, con tu cuenta Facebook compartida con tu esposo, eres juzgada. Tú que nunca has viajado fuera de tu municipio, alguien te está juzgando. Y tú también, cazador deportivo ocasional que mata a un ciervo cada tres o cuatro años, es obvio que el juicio te sigue como sombra. Tú con tus implantes mamarios nuevecitos, claro que alguien en este momento está juzgándote. Y tú que da un "me gusta" en tus propias publicaciones en las redes sociales, alguien te juzga (además de burlarse de ti). Tú, la eterna soltera, tienes la etiqueta de solterona pegada en la frente por un puñado de calumniadores a quienes les gusta juzgarte.


¿Y qué? Mira adelante.



| par La vie est un piment

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