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Mi dosis de felicidad


"La felicidad nunca me aburre." (Henri de Montherlant)


¡Encontré el escondite de felicidad el más extraordinario del mundo! Y apenas exagero al confesarte este pequeño secreto. ¡No pongas los ojos en blanco! ¡Sé feliz, mas bien! Bueno, ok, me modero, si esto puede hacerte feliz... Pero digamos que es el segundo mejor escondite, ya que de hecho, todos sabemos que el más hermoso de todos es el que duerme bien a gusto en ti, querido, pero no te estoy diciendo nada aquí que aún no sepas. En este escondite todopoderoso que estoy a punto de revelarte, verdadero eldorado de la Felicidad con una gran F, encontrarás a todas horas del día y de la noche una lluvia "huracanesca" de lágrimas alegres, hordas de sonrisas estilo "publicidad de pasta de dental", miradas amorosas chispeantes como champaña, niños corriendo en todas partes y riéndose a carcajadas y mucho más, es una promesa.


Entonces pues. Ahi te va. La felicidad a dosis masiva, la vas a encontrar en la sala de llegadas de cualquier aeropuerto digno de ese nombre. No se esconde. Yace allí, feliz de ser feliz. Cuando tengo la oportunidad de pisar su embaldosado tan ideal para destacar la musicalidad de mis zapatillas (siempre es así en los aeropuertos, uno se transforma de repente en una gran estrella de flamenco), aprovecho esta oportunidad para recargar mi pila de felicidad al máximo y como una buena ardillita cachetona, hacer reservas para el sombrío invierno que ya está apuntandose el hocico. Es un hecho conocido que la felicidad es más escasa en invierno y tendemos a ver menos su luminosidad. Si estás deprimido, cansado, cuestionándote o desconcertado de la vida, esta sala de llegadas es el lugar perfecto para ir a revitalizarte la moral rota. Solo necesitas encontrar una banqueta, sentarte cómodamente con un delicioso chocolate caliente lleno de malvaviscos o un café humeante para gastar minutos, y observar lo que pasa, o al menos los que pasan.


Primero que todo, uno siente en este lugar una emoción incontrolable que se propaga como una verdadera varicela de "no vacunados". Esperamos con una impaciencia excitante. Después de todo, es muuuuuy enfadoso, esto de esperar, cuando extrañas locamente a alguien. Pataleamos como bebé, nos meneamos y somos tan inquietos que damos la impresión de tener una solitaria voraz (asco) o una repentina necesidad urgente de hacer pipi. Al mismo tiempo, es agradable saber que nuestro calvario está a punto de terminar y que pronto nos reuniremos con el ser querido. Estamos en esta aprehensión de una felicidad lista para florecer, pero cuyo capullo aún no está partido.


Hay, por ejemplo, este anciano esperando en el fondo del terminal, de quien emana esta luz de felicidad por venir. Se acerca con una rosa blanca en la mano, mirando sin cesar como un niño esperando a Santa la gran pantalla indicando el estado de los vuelos, como si la hora ya interminaaaaable iba a pasar mas rápido así (Hagamos una paréntesis aquí. Mirar constantemente su reloj o la pantalla de anuncios de vuelo con la esperanza de que finalmente haya llegado un avión, ¡es la misma maldita trampa que esperar que el agua hierva en su cacerola! La hora dura como dos, si no tres. ¡No lo hagas, y por lo menos preservarás un poquito de tu equilibrio psicológico!). Luego, como una invitada llegando sin previo aviso, la magia opera cuando el famoso vuelo de Dallas aterriza. Por fin. Porque el "Señor Rosa blanca" estaba perdiendo paciencia. Y treinta y ocho minutos después, una dama chaparra y voluptuosa con elegantes bucles grises aparece al otro lado de las grandes puertas automáticas y es acogida como una reina, a pesar de que la rosa destinada a ella había perdido algunos pétalos por haber sido paseada por toda el terminal y hasta al sanitario (el café inevitablemente alimenta nuestras cataratas urinarias del Niágara). Se derraman lágrimas, la mujer desaparece entre dos grandes brazos que se cierran amorosamente sobre ella, literalmente tragada por el generoso abrazo. Y de repente, la pareja se evapora. Sucede tan rápido que tienes que abrir bien grandes los ojos para atrapar tu dosis de F en vuelo.


El terminal de llegadas es también y sobre todo el punto de encuentro para todos los enamorados separados por la distancia y los avatares de la vida. Todos los amantes del universo se convierten en adolescentes cuando se encuentran nuevamente después de una separación. Una esposa se reúne con su esposo, quien regresa de una larga estancia "en el norte" donde trabajaba en la mina. Ella no puede esperar a que él le dé un buen masaje de los hombros (sin cosquillas), ya que tiene el "toque mágico" perfecto, y que le prepare un buen bistec cocción media en el charcoal, (ella no sabe cómo encenderlo solita, ya ves). Él no puede esperar más para besarla con lengua y todo (¡recuerda, el terminal convierte los hombres en adolescentes, te lo dijé!), ni para ir a caminar con ella por horas en el parque a pesar de que, en un pasado no muy lejano, le reprochó mil veces sus caminatas infinitamente largas (extrañamente le hacen falta), y también comer esa lasaña extra queso de la cual ha estado soñando durante tres meses. También dos jóvenes, amantes virtuales, se encuentran por primera vez. Ella hizo todo el viaje desde San Francisco soñando con ese primer beso, con esas primeras caricias, con esa primera bocanada del perfume de su piel y el contacto de su cabello picando su mejilla. Una cursi película romántica tocaba en el cine de su imaginación. Y ahí estás, como buen testigo, un poco mirón pero lo suficientemente discreto a observar la marea de dulces escalofríos cuando ella se pulveriza literalmente en los grandes brazos de su pretendiente mientras él le atrapa de paso su boquita cereza. Es delicioso para el corazón, el balbuceo de un amor fresco. Es una dosis expresa de serotonina para estimular nuestro cerebro.


Unos niños se reúnen con su madre soldada que regresa de una misión al otro lado del mundo. Bebé Karina, dos semanas de vida, da la bienvenida a la abuela Villanueva, quien la ve por primera vez en un conmovedor silencio lleno de palabras. Dos mejores amigas separadas durante tres años y pico finalmente reconectan en un torrente de lágrimas y exclamaciones histéricas (¡¡¡OMG!!!). También hay Clarisa que viene a buscar a Julieta, su amiga francesa por correspondencia con quien siempre ha insistido en comunicarse solo por cartas escritas de puño y letra desde los años noventa, y finalmente pone una cara en la pluma evocadora de la niña provenzal. Un padre está esperando a su hijo, quien regresa de un año completo de estudios en Londres, emocionado de por fin recuperar a su compañero favorito de pesca. Un grupo turbulento de estudiantes de Nueva Escocia viene a pasar la semana en la ciudad, una dulce recompensa después de un arduo año escolar durante el cual soñaron solo con esta escapada y las promesas de mil y una locuras que vienen con ella. Salen del aeropuerto en un tumulto digno de fuegos artificiales, el espíritu ya haciendo fiesta. Inhalas profundamente, luego exhalas de manera yóguica, más satisfecho que nunca. Porque es hermosa, la felicidad ajena.


Sipi, la felicidad de los demás es encantadora. Está llena de espontaneidad, de febrilidad, de intimidad y de muchas otras palabras felices en "idad". Por mas que tratamos de proclamar en voz alta y clara que es la felicidad de nuestro propio ombligo, la que debe predominar sobre quien sea (¡querido ombligo, sé feliz!), la alegría de los demás contamina de todos modos los corazones a la deriva y nos llena también el alma en sequía, como una gran película o una gran canción. Y la felicidad de los aeropuertos es de una intensidad incomparable, como un orgasmo que nos hace tocar las nubes, pero sin quitarse la ropa, y con cero riesgo de quedarse embarazada o contraer sífilis.


Entonces dime, ¿cuándo será tu próxima partida, para que yo vaya a esperarte con mi chocolatito caliente y una rosa que será decrépita bien antes de que llegues? ¿Cuándo será mi próxima dosis de felicidad?


| par La vie est un piment

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