"Un autorretrato siempre es un reflejo en un espejo, pero en éste parece que el espejo ha desaparecido, el pintor está realmente allí". (Julien Green)
Advertencia: este texto no trata de la verdad, sino de mi verdad.
Vemos lo que queremos ver en nosotros mismos. Esta es mi conclusión. Es probable también que sea tuya, porque vivimos en el mismo planeta, después de todo. Es cierto que a veces somos un poco duros con nuestra propia persona, sin ninguna razón. Es también mi caso. Tengo la tendencia penosa de analizarme perpetuamente de manera cuidadosa. Incluso si asumo lo que elijo manteniendo el rumbo (a veces contra viento y marea y con un toque de histeria), no puedo evitar de decirme que estoy juzgada, evaluada, observada, espiada, criticada y muchos otros adjetivos terminándose en "ada" por casi toda la gente ... al igual que "yo y yo misma". Si puedo afirmar que me importa un rábano (¡o une pepino, o un pimiento, o todas verduritas juntas!), yo sé que molesto. Que mi vida es diferente. Que la gente no siempre me entiende. Que mis antojos son a veces poco ortodoxos.
Cuando pienso en mí misma, tengo la mirada intransigente de una pintora en su trabajo. Encuentro todos mis defectos sin siquiera buscar: soy un poco acomplejada con mis curvas demasiado voluptuosas, odio mi cabello fino y no me gusta mi tez de nieve volviéndose de un "rojo langosta" tan pronto como aparece un rayo de sol, verano e invierno. Es posible que queramos aceptarnos tal cual, pero no pasa tan fácilmente. La vida es así, estamos programados para escanear nuestras fallas antes que todo. A cambio, amo mis ojos. No son ni azules ni verdes, sino los dos en manos de las estaciones, de la luz y de mi estado de ánimo. Derretirían la Antártica, hasta sin calentamiento global. Son mi fortaleza y mi debilidad al mismo tiempo, cuentan historias, a veces hermosas y a veces menos. Nunca mienten, a diferencia de mi boca, de la cual de vez en cuando se escapa una pequeña mentira. Desarman guerras nucleares. Leen en el cerebro de las personas a las que miran. Las hacen sentir incómodas. Te hacen enamorarte. Te vuelven loco. Me dan un aire involuntario de coqueta. Sin mis ojos, ya no sería yo. Yo sería completamente diferente, irreconocible y lejos de mi universo.
Desde la perspectiva de algunos, soy esta chica izquierdista, demasiado feminista, demasiado multicultural, demasiado parlanchina, demasiado impredecible y que escribe textos demasiado largos. Parece que demasiado es un perfume que me queda maravillosamente bien. Este toque de too much me pega en la piel un olorcito a flor de tabaco, algo wild y dulce al mismo tiempo. Supuestamente también soy un exhibicionista drástica y desordenada, siempre al contrario de los demás, seductora e insatisfecha con lo que tengo. No puedo garantizar que mi autorretrato no lleve ninguna marca de la interpretación de los demás frente a la mujercita que encarno. A veces es difícil separar lo verdadero de lo falso, incluso para mí. Algunos puntos son verdades, por supuesto. Otros no lo son. Sí, hablo demasiado, especialmente cuando estoy nerviosa. Si soy una tal cotorra, es para atenuar una timidez que llevo conmigo desde la infancia, de la que nadie sospecha. Mis mejillas enrojecen rápidamente. Algunas personas se muerden las uñas hasta sangrar, pues yo parloteo. Y además, siempre tengo muchas historias que contar, ni modo. Parece que mi vida es a veces solo una serie de anécdotas dispares, de coincidencias felices, de inesperado. Tengo una suscripción mensual a la famosa réplica: "Nunca adivinarás lo que me pasó este fin de semana", aunque me cuesta un ojo de la cara. Vale la pena, es más padre que Netflix.
Dicho esto, soy sin embargo una chica bastante solitaria, tengo escucha y me gustan los silencios. Pero eso, solo lo descubres cuando realmente eres parte de mi intimidad. De mi verdadera intimidad, ósea. No la de la chica con quien te juntas en los tailgates antes de los partidos del Impact, ni la de "miss La vie est un piment" contando fragmentos de vida preciosamente elegidos en un artículo. No la de la chica que siempre tiene un collar de pegado en el escote. Todavía menos la de la mujer que va a la oficina de lunes a viernes, subida en sus zapatillas de colores de cuatro pulgadas para darse la oportunidad de mirar sin pestañar a las personas directamente a los ojos. Es bastante divertido, en realidad. Para una chica que supuestamente habla todo el tiempo, soy irónicamente la confidente de elección. Incluso si tengo un blog. Incluso si me veo como un libro abierto. Incluso si tengo el verbo fácil. En la vida privada, soy tan muda como una muerta. Quizás no sepa yo mantener un huerto, claro, pero mi jardín secreto, apuesto a que ganaría premios porque está muy bien mantenido. Entierro los secretos de la gente en él. Tengo manos de jardinero cuando se trata de esto. A cada uno sus talentos. No presto atención al pasado de aquellos que forman parte de mi vida y me encanta conocer apasionadamente a la persona que está frente a mí.
Siempre he sido dura conmigo, no es nuevo. Soy perfeccionista, retoco perpetuamente todo, estoy obsesionada y extrema. Tiendo a tomar grandes decisiones que me llevan lejos, hasta el final de mis deseos actuales... mientras hacen que mi vida sea muy difícil en el camino para llegar allí. Cuando decidí que iba a aprender a hablar turco sola, ignoré toda las reservas de las personas que se preguntaban qué iba a hacer con este idioma, saqué mis libros... y viajé a Estambul once veces. ¡Once veces! Cuando me dije que quería vivir una aventura, decidí mudarme a México e inscribirme allí en la universidad. En el norte. Donde casi no hay turistas, donde hace cincuenta grados centígrados en verano, donde hay escorpiones y tráfico de drogas. Y donde no hay playa. Quería una experiencia auténtica, la obtuve y viví allá casi cuatro años, bajita la mano. Si quiero perder peso, pierdo peso. Carreras, nutrición, boxeo, yoga, me entrego como nadie más se entrega. Me inscribo en maratones para empujarme. Voy a subir montañas. Si decido que me voy de vacaciones, me catapulto en las profundidades de la Turquía kurda para visitar monasterios siriacos encaramados en aldeas ubicadas al final de caminos sin nombre o en una cabaña en medio de la selva en Lombok bañándome en cascadas heladas al pie del monte Rinjani mientras hace cuarenta grado más la humedad. Duermo en los aeropuertos, directo en la alfombra. En las estaciones de autobuses. En las zonas de descanso al borde de la autopista. Sí, soy así de intensa.
Como me siento bien en casi todas partes, tiendo a hacerme amiga de la gente fácilmente. Además, tengo mucho más éxito en la amistad que en el amor. Simplemente no estoy hecha para ser una buena pareja. Estoy demasiado dispersa o demasiado encerrada en mi cabeza. Cuando de repente tengo un nuevo proyecto, un novio lucha para lograr seguirme y a menudo se pregunta si soy consciente de esto. La respuesta es sí, lo soy, pero no puedo evitarlo. La tentación es demasiado fuerte y no puedo detenerme. Tengo bonitas alas de mariposa que me crecen en la espalda. Deben desplegarse, de lo contrario moriré. Mientras en amistad, soy la chica que pasa la noche escuchando tus historias bebiendo Aperol Spritz tras Aperol Spritz, o flautas de vino espumoso. Soy yo quien te dirá brutalmente lo que pienso de algo, sin guantes blancos, si pides una opinión. Si no preguntas nada, cierro la boca, a menos que te hagas violencia a ti mismo. Entonces, me desvío de mi regla y te regaño un poco. Si eres un coquetón frívolo, una chica con senos falsos haciendo pole dancing para ganar tu vida, un fumador legal de marihuana, un queer enamorado del amor, si has tenido un aborto, si eres una celebridad buscando un poco de normalidad en tu vida, un hombre en plena crisis de los cuarenta o una buscadora de atención incontrolable, que seas una mujer de izquierda dejándose crecer el pelo en las axilas o de la derecha con tu visión económica drástica... Me conviene. Mientras no seas racista, sexista u homofóbico. Detesto este tipo de personas. Por lo demás, why not, coconut.
Soy un poco rara, lo sé. Me doy cuenta de esto. Por ejemplo, yo no tomo café, excepto socialmente, y cuando tomo uno, generalmente es un café con leche hecho con leche de coco (¡Lo sé, es criminal!). Ni siquiera sé cómo usar una cafetera, es vergonzoso. Prefiero kombucha con sabor a flores, agua de coco y perlas de dragón. Como cosas exóticas todos los días de mi sacrosanta vida: los curris, el dahl amarillo y los ceviches son mi bistec diario. Me encantan todos los postres con matcha. La pizza Margherita. Las delicias Turcas a sabor de rosa. Tacos de cochinita pibil. Estoy obsesionada con el tamarindo. Dejando de hablar de comida... Tampoco me gustan las mascotas. Ni los abrazos demasiado intensos (soy una niña un poco feroz). Me pasa hacer apropiación cultural a veces (lo siento, amigos!). No soy una jipi, incluso si me creen jipi. Mis senos son reales. Creo en algo y mi templo es todos los templos. Mashrou 'Leila es mi banda favorita, y la ironía es que no entiendo lo que dicen en sus éxitos. Tengo las canciones traducidas por amigos, ya que mi árabe es muy básico (ósea inexistente, ya que casi solo puedo decir las palabras "brazo", "copa" y "elefante").
Estoy atrasada en todas las series de Netflix. ¡TODAS! En verdad, prefiero los documentales. Lo digo como si pidiera perdón, pero no. Me gusta llegar a tiempo, es casi una obsesión. Me gusta la extrañeza del personaje de Jacquemort, en El rompecorazones de Boris Vian. Me gusta el hablar musical de Dany Laferrière, él sabe cómo transformar las banalidades de la vida cotidiana en verdaderas epopeyas. Me conmueve la poesía de Facundo Cabral. Y la inteligencia de Eduardo Galeano. El talento infinitamente grande de la Penélope Cruz de Almodóvar. Me encantan los grandes knockout sangrientos en el boxeo. Aunque sea violencia y que sea bárbaro, es un desahogo a través de terceros y durante las peleas, grito como una degenerada unos excesivos "¡apunta al hígado!". Siempre estoy lista para un postre. Me vuelvo loca cuando veo un dispensador de popotes o de salsa catsup (como en las cantinas de los estadios). Simplemente me dan ganas de presionar ad vitam aeternam en el mecanismo para vaciarlos. Básicamente, soy un tipo de Amélie Poulain, pero trash. También me encanta romper la corteza de azúcar de mi crème brûlée con una pequeña cuchara, pero lo hago como si estuviera rompiendo concreto con un martillo perforador.
Mi amigo Dom siempre dice, hablando de sí mismo: "Soy complicado, pero la vida es complicada". Él es quien tiene razón. Los seres humanos son básicamente complejos y les gusta complicar lo que ya es un poco complejo. Soy complicada. ¿Por qué negarlo? Soy complicada de entender, complicada de seguir, complicada de amar, complicada de sorprender, complicada de confundir. Complicada de lastimar, también. Complicada de perder. Mi espejo me encuentra complicada de satisfacer. Mis ambiciones complicadas de saciar. Mi sed de aprendizaje es complicada de calmar. Mi ego complicado de apaciguar.
¿Qué es un autorretrato, de hecho? ¿Por qué querer ponerse un sinfín de etiquetas a toda costa y así catalogarse así o así? Frida Kahlo dijo una vez: "Pinto autorretratos porque a menudo me siento sola y porque soy la persona que mejor conozco". Yo pienso mas que nadie se conoce realmente.
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