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Amar porque y a pesar de...


"El matrimonio es una larga conversación". (Friedrich Nietzsche)


Lo conocí al comienzo de los años dos mil. Los dos trabajábamos durante el verano en el mismo centro de llamadas como telefonistas, en aquella época en la cual las personas seguían llamando al 411 para pedir un número de teléfono, es poco decir cuanto tiempo hace. Éramos jóvenes, delgados como un hilo dental (¡sí!) y guapos como dioses (bueno, tal vez no). Estábamos apenas en la infancia de una vida que aún no podíamos imaginar y cuando la gente nos decía que el cielo era el límite, mirábamos al dicho cielo sin poder medir su verdadera altura. Él era especial, claramente, y me había caído en el ojo como una rueda de SUV en un gran bache lleno de agua estancada.


Mi singularidad no lo asustaba ni por un centavo. Le parecía encantador este pequeño lado "bomba atómica" bien asumido de mi personalidad, mis impulsos de locura igual de furiosos que un viento de otoño, mi motricidad oral impresionante, mi insaciable necesidad de realizarme, de avanzar hacia mis innumerables sueños uno por uno, mis inopinados cambios de rumbo, mi capacidad para conectarme con la gente en un chasquido de dedos y el hecho de que hablaba un español arrullador (me hacía parecer exótica en comparación con otras mamitas de nuestro barrio). A mí, me encantaba su apertura al mundo, su deseo de descubrirlo, su estilo morenito misterioso a la italiana, y el hecho de que él era como yo un fanático de los ex Nordiques [1]. Esto eliminaba una capa de posibles peleas. En aquel momento, los dos teníamos pareja y yo pasaba la mayor parte del año en el extranjero, excepto el verano, así que solo éramos amigos. Fue un año después que los dos, de nuevo solteros, comenzamos a frecuentarse.


Esto fue hace dieciséis años. Y hoy, seguimos juntos, aún, contra viento y marea, y estamos a punto de celebrar nuestros décimo aniversario de matrimonio. ¡Diez años ya! Y en diez años, aprendí varias cosas sobre el matrimonio. Es cierto que nos hemos casado para bien o para mal, pero el simple hecho de poder confiar realmente en alguien que nos conoce como si nos hubiera tejido, que nos apoya cuando nadie cree en nosotros, que acepta nuestros caprichos, incluso cuando a veces son iguales de terroríficos que una película de horror y nos ama a pesar de todo esto, es una sensación que nos alimenta a diario. Pero en retrospectiva, admito que somos una pareja atípica. Negarlo sería como meterse la cabeza en la arena como un avestruz regordete. Es evidente, de todos modos. ¿Y sabes qué? Es muy bueno así.


Siempre recordaré el día en que pidió mi mano. Habíamos vivido muchos momentos felices y tumultos en años anteriores, pero de repente caminábamos al mismo ritmo. Estábamos empezando a tener más dinero, yo acababa de terminar mis estudios y estaba trabajando a tiempo completo, él estaba progresando en su carrera, y habíamos decidido viajar, recorrer el planeta cada vez que tuviéramos la oportunidad de hacerlo. Después de habernos locamente enamorado de Nueva York, y luego de probar una semana bajo el sol de la República Dominicana como todos lo hacen una vez en su vida, yo le había ofrecido elegir ciegamente un destino para nuestra próxima escapada, y él me había tirado en la cara un "vamos a la India", como si nada. Y acepté con mucho gusto saltar con él en la alberca de lo desconocido y viajar a la India, que así sea. Cuando eres joven, la vida no es mucho más complicada que esto, después de todo, aunque nuestros padres tienen un ataque al corazón con cada decisión de este tipo. Era el invierno y estábamos a punto de pasar una Navidad nada de blanca en la bulliciosa Nueva Delhi en un pequeño hotel un poco miserable de Karol Bagh después de habernos atiborrado de masala dosa cuando me sacó de repente el anillo de compromiso.

Nunca había verdaderamente pensado en casarme, extrañamente. Esta idea era relativamente nueva para mí. A diferencia de las amigas que tenía, nunca me había imaginado vestirme de blanco y sentía que iba a ser una esposa muy mala, desorganizada y difícil de seguir. Así que acepté un poco boquiabierta la propuesta sin saber realmente lo que implicaba un matrimonio, y probablemente no fui suficientemente demostrativa de mi alegría a la mera idea de que este hombre me iba a elegir oficialmente. Brindamos con Kingfisher strong (es cerveza) para formalizar el trato. Pero como estábamos en la India y muy enamorados, la emoción se abrió el pasaje que ella merecía, aunque de efectos retardados, y yo adquirí un hermoso sari rojo de seda de Chanderi para sellar mi nuevo estatus de prometida, el rojo siendo para los indios el color del amor y de los grandes proyectos. Si los pocos extranjeros que nos acompañaban en Madhya Pradesh no se enteraron de nada, los lugareños, habiendo decodificado la simbólica de mi elección de tela, me felicitaban uno tras otro y felizmente me ayudaron a elegir una enagua en armonía con mi sari.


No, nunca hemos hecho nada como los demás, simplemente porque nuestro NOSOTROS así era. Nuestros comienzos anunciaban lo siguiente, la mirada de los demás, los juicios, los "¿Tu novio te permite hacerlo?", "¿No pides permiso a tu novia?", "No se ven como una pareja real", "No sé cómo lo hacen" y esa frase usada en exceso: "Se nota que no tienen hijos"... Todas esas frases a las cuales durante nuestros diez años de matrimonio hemos encogidos de hombros, nos hacían y aun nos hacen sonreír. Intentamos tanto como sea posible ser libres, pero juntos, a pesar de que la combinación es a primera vista bastante incoherente. Tenemos derecho a crecer, a florecer como humano, aunque a veces el otro actúa como un simple espectador a sus horas. Porque nos entendemos así, a pesar de todo.


Entonces, nos casamos. Optamos por una boda católica en tres idiomas y yo elegí un vestido rojo con una larga cola (Primer escándalo. Pero bueno, era precioso, mi vestido. Después de todo, me había encantado el concepto del rojo y completaba maravillosamente mi compromiso indio. Demostraba consistencia.) y bellos lirios calas en lugar de un ramo de flores, con su carga simbólica griega antigua de suerte. Y la vida matrimonial siguió su curso. Tuvimos nuestros altibajos, nuestros momentos de locura, nuestras peleas estruendosas. Pasamos por momentos muy difíciles, como muchas parejas, nos cuestionamos, tomamos buenas y malas decisiones, nos sentimos incomprendidos de vez en cuando, y totalmente sincronizados en los momentos oportunos. Asistimos, impotentes, a la caída de su compañero, nos sentimos estremecidos por algunas nuevas amistades, nos enfrentamos a muchos males, no siempre votamos de la misma manera, avanzamos, retrocedíamos, luego avanzamos nuevamente. Pero después de diez años, todavía estamos aquí, juntos, caminando lentamente paso a paso hacia el destino que uno se ha dibujado a sí mismo, sin tener que justificar al otro sus malos días como sus buenos.


Tú que miras mi vida, nuestra vida, y que te preguntas por qué y cómo lo hacemos, no tengo secretos que contarte. Tú que crees que no nos parecimos a una pareja real, te digo que quizás eres tú quien no sabe lo que es estar en una relación. No hay explicación cuando se trata de conectar con alguien. Y aunque el amor, la conectividad, la fusión y el deseo de progresar juntos no siempre es eterno, y aunque ni él ni yo podemos prometer que nos amaremos para siempre, hace sin lugar a dudas diez años hermosos que estamos casados, y eso es más largo que para la mayoría de las parejas de hoy. ¿Tal vez es su bondad? ¿O el hecho de que no soy nada rencorosa? ¿Tal vez es su buen humor y sus carcajadas? ¿O mi capacidad de reinventarme mil veces? ¿Quizás es su ladito racional y lógico? ¿O su lado inventivo y abierto? ¿O mi lado chiflado y mis impulsos artísticos? ¿O mi lado cerebral e intelectual? Sí, ambos somos como Mini Wheats, tan pragmáticos como locos por momentos, pero un detalle hace que este simple Mini Wheat sea totalmente a nuestra imagen: el mío baña en un tazón de leche de almendras, y el suyo en leche de vaca. En nuestro hogar, todos tienen derecho a vivir su unicidad sin que el otro se sienta amenazado.


Es así que tuvimos un hielo pseudo sintético para patinar en nuestro sótano. Y que hay una caja de latas de agua de coco en nuestro armario de entrada. Y que tengo un abono anual para seguir a un equipo deportivo ubicado a seiscientos kilómetros de mi casa. Yque él se construyó un bólido improvisado para hacer carreras de autos en su consola de videojuegos. Que él toma cerveza blanca, y yo oscura. Que voy de viaje sola. Y él también. Que boxeo y practico yoga, mientras él ama el hockey y el Muay Thai. Que él cambia su corte de pelo sin advertirme. Que no manejo, pero él si. Que paso tardes completas escribiendo, sola e inspirada en mi rincón, sin armar escándalos. Que estudio turco, mientras el aprende italiano. Así, solo porque a él le gustan las historias mafiosas y a mí, la música de Tarkan. Tengo a mis amigos y él a los suyos. Y nos gusta la vida así. Sí, tenemos el derecho y el privilegio de ser diferentes al lado del otro, sin que se convierta en una montaña infranqueable. Siempre tendremos algo que contarle al otro, enseñarle, mostrarle. En casa, el "¿Sabes qué?" resuena a diario.


Y te dices: "¿Por qué permanecen juntos si no tienen nada en común?" Porque nos amamos, primero que nada. ¡Y porque tenemos mucho en común, precisamente! A fuerza de acostumbrar a la gente a vernos desarrollarse como individuos únicos e independientes, las personas están cegadas y olvidan que, desde que nos conocemos, ¡él y yo hemos hecho tanto juntos! Compartimos la pasión de los carlinos, y nos encanta pasar tiempo con nuestros perros. Hemos viajado juntos a Canadá, a Estados Unidos, al Caribe, a la India, a Perú, a Turquía, a Indonesia, a Tailandia, a Islandia y a República Checa. Compartimos la pasión por el fútbol, ​​el tenis y el boxeo. A los dos nos gustan muchísimo las comedias francesas. Nos encanta el teatro. La comida callejera. Los documentales. El camping. Los festivales. El mar. Los road trips. Los lugares históricos. Caminamos juntos muchas veces a la semana. Ambos odiamos contestar el teléfono. Comemos exótico y picante. Y a pesar de que le enfada, me acompaña sin demasiada queja para ver a espectáculos de cantantes que le rompen los tímpanos, y acepta riéndose a mi cierto ladito "admiradora impresionable" (¡por fin tuve mi foto con Alex Kovalev, después de todos estos años de espera y esperanza!)... cuando también le acompaño (bostezando un poquito) cuando ve en la tele el repechaje de la NHL, y acepto pararme en Harvey's una vez en cuando, cuando pasamos frente a uno, callándome y tragando mi hamburguesa con queso sin quejarme. Entonces sí, nos quedamos juntos. Porque mi lado extraño, él vive con, y yo hago lo mismo con su lado disipado. Eso también es amor.


Aprendió a convivir con una chica bastante mojigata, difícil de acercar y tocar y poca demostrativa. No es mi estilo mostrar mi amor en mil y un gestos románticos, a pesar de que soy un gran emocional, llorando fácilmente por todo y nada. No soy táctil, es difícil abrazarme, no digo "te amo" a menudo. Me veo francamente seca. Si soy un molino a palabras en publico, en casa, a menudo me veo posada y tranquila, y ​​es él, quien se hace cargo de platicar. Soy una furia cuando me levanto en la mañana. Especialmente porque no tomo café. Tiendo en olvidar decir "por favor" y "gracias", lo que no me hace grosera por lo tanto, pero uno tiene que acostumbrarse. No es fácil vivir conmigo. En casa, estoy desordenada y desorganizada. Hago muchas (demasiadas) preguntas. Tengo una gran escucha, pero nadie me convence fácilmente cuando he analizado el asunto. Soy una buena amiga, pero una esposa difícil. Pero él todavía está aquí. Él me ama de todos modos. Y lo amo también locamente, aunque se lo enseño y le demuestro poco.


Diez años. Diez años ya y tal vez al menos otros diez frente a nosotros... Diez años a construir algo a diario, reír a carcajadas, preparar la continuación, bañarnos en la novedad. Diez años en los que las preocupaciones, a pesar de que fueron numerosas, no lograron destruirnos. Diez años de matrimonio y dieciséis años de noviazgo. Ambos teníamos un pasado. Él había experimentado muchas mudanzas, mucho desarraigo y había vivido bastantes cosas como jovencito. Yo había vivido fuera del país, ya había conocido el amor sincero, y era un mochilera solitaria.


Sí, nuestro pasado sin lugar a dudas nos prepara para algo grande, fuerte e inconmensurable. De nosotros depende saber qué hacer con todo esto una vez que lo tenemos y tener en cuenta que el otro siempre se nos presta, que no nos pertenece. Si el préstamo es momentáneo o a largo plazo, no nos poseemos uno al otro. Pero cuando encontramos un compañero, un partner in crime que nos acepta a pesar de todos nuestros defectos, podemos decir que fuimos capaces de abrir los ojos en el momento adecuado y depende de sí mismo mantenerlos abiertos mucho mas tiempo o no.


Feliz diez años, cariño. Te amo y gracias por permitirme ser una persona mejor y más realizada a diario, sin que se convierta en una montaña insuperable entre nosotros.


"[...] no podemos ignorar

Que el amor se transforma y su apoteosis

Es cuando nos amamos debido a los "a pesar de".[2]"

Crédito foto (boda): Christian Fournier



[1] Nordiques de Québec, ex club de hockey de la LNH.

[2] On s'est aimé à cause, canción de Céline Dion escrita por Françoise Dorin.



| par La vie est un piment

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