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Desnuda


"Por más desnudo que es el amor, menos frío se siente." (John Owen)


En el amor como en la vida en general, mientras más nos desnudamos como Dios nos trajó al mundo, que dejamos que caigan nuestros filtros, nuestras pantallas, nuestras barreras y nuestros temores diarios, no sin alboroto, menos nos arriesgamos a temblar solo en nuestro rincón como un vulgar y pequeño idiota prisionero de un invierno perpetuo, al menos si la desnudez intentada es sincera, despojada de un exhibicionismo poco saludable (¡no es fácil, eso!) y con un toque de humor que yo creo, es esencial para cualquier iniciativa tan personal como un digno striptease. Así es la vida, ¿qué más quieres?


Y sin embargo... La desnudez aún perturba a más no poder, sí, amigo mío, tanto la desnudez física, visible para el ojo, como la del alma, visible solo a través de los lentes fotocromáticos del corazón. ¡Incluso conmociona a golpe de estridentes OMG como si hubiéramos olvidado que, al origen, ¡todos nacimos con el culito al aire! ¿Qué tiene de tan dramática esta maldita desnudez que nos siga intimidando tanto hoy? A mí me parece bastante poético el hecho de quitarse capas de ropa, de dudas, de miedo y de vergüenza, como cuando uno se retira una dolorosa espina del pie y así poder gritar al universo entero un rotundo "¡ESTOY DESNUDA!". Físicamente desnuda como yo lo estaba cuando nací. O mentalmente desnuda como ese día cuando comencé a pensar por mí misma, sin caja de herramientas, sin experiencia, sin alguien a quien imitar. Desnudarse de las conveniencias, de las obligaciones autoimpuestas, de las expectativas de los demás, de esa mirada demasiada dura que uno pone en su propio ombligo, ¿no es ciertamente un paso bastante significativo hacia esta querida libertad tan difícil de obtener y a la cual todos aspiramos, a pesar de que nos da un pavor inimaginable? No me digas el contrario; el común de los mortales tiene un miedo monstruoso de sentirse libre pero solito, como si hubiera una correlación automática entre los dos sentimientos. El manto del convencionalismo, de la banalidad y de los caminos ya bien pavimentados sirve en este sentido de abrigo bien calientito y acogedor para aquellos que tienen miedo a la soledad. Es una lástima.


A mi, la desnudez me interesa de mil y una maneras y noooooo!, Hasta ahora no soy una perversa con látigo y "fuck me boots" (o tal vez lo soy un poco, ¿quién sabe? ¡No! Estoy bromeando. O no...). Ella hace honor a la obra de arte viva que es nuestro cuerpo, y aquellos que la practican se convierten en un maestro en el arte de aceptar a "su todo", a su package deal, o por el contrario, hacen todo lo posible para llamar la atención sobre su perfecta imperfección, sobre todas estas curvas lascivas, sobre estas redondeces, sobre esta flagrante ausencia (o abundancia) de senos, sobre estas cicatrices de amor y/o de guerra, y esto, por mil y una razones irrazonables. Porque sucede que la desnudez del cuerpo camufla a veces una incomodidad crónica del alma. Al aspirar la mirada de los demás hacia todos sus lunares, nos la arreglamos para hacer olvidar nuestro alma ensangrentada, nuestras heridas internas, nuestros quiebres, nuestras fisuras y nuestro deseo de derretirnos, para "extirparse la intimidad" in extremis de la mirada de los demás, de su juicio, de su reprobación. Lo esencial es invisible a los ojos, escribió St-Exupéry en El Principito. Por lo tanto, es lógico, y hasta un poco deseable, que llenemos los ojos de los demás con nimiedades, cuando queremos desviarnos voluntariamente de "este esencial". Incluso a costa de que dejemos brotar un nacimiento de nalgas sobresaliendo de los jeans, o que nos pavoneemos "con los faros antiniebla" prendidos (Te estoy hablando de pezones visibles a través de la camiseta, no de faros de verdad. Te lo explico porque es expresión quebequesa) en cualquier momento del día o de la noche, que usemos un Speedo muy pequeño que no deja lugar a la imaginación (léase: alguien ha colocado a su salami de Génova por la izquierda) o bajemos inevitablemente nuestros chones a la primera cita romántica. Porque en estos días, parece que ya no existe desnudez gratuita y pura. Ella siempre tiene un propósito. A mí, es la desnudez gratuita que me gusta. La que fluye como el agua. La otra desnudez, la dañina, es muy aburrida y a veces un poco fuera de lugar.


Leí en alguna parte que el silencio, la ausencia de palabras, de sonidos y de ruidos, era el pináculo de la desnudez. Cuando la lengua se quita las palabras una por una como si fuera una stripper, algunas personas experimentan la misma incomodidad inexorable que si se hubieran encontrado cara a cara con Adán sin su hoja de parra en el Jardín del Edén. En este sentido, vivir plenamente los silencios ambientales cuando estás solo con alguien es un acto tan intenso como mirar a su propia imagen frente a un espejo que nos empuja la visión de nuestros senos demasiado flácidos para nuestro gusto (es la maldita ley de la gravedad, hay que culpar alegremente a Newton), de nuestro muffin top, de nuestra silueta andrógina o de muñeco de nieve. El día que esta imagen ya no te hará parpadear, habrás alcanzado un grado más de libertad. Irás rumbo al siguiente nivel. Es lo mismo para los silencios. Una vez domesticados, se convierten en una fuente inagotable de crecimiento. Y puedo confirmarte que aun no llegué allí en mi vida. Todavía trato de llenar estos silencios como si fueran esos lofts demasiado grandes y minimalistas que amoblamos con sillas nuevas, con alfombras, con cortinas, esperando finalmente sentirnos como en casa. También soy muy buena decoradora cuando se trata de "amoblar" a silencios. A veces quisiera que alguien se haga cargo de hacerlo en mi lugar. Me gustaría ser la que permanezca silenciosa y que sea amoblada por alguien, y esto, aunque el decorador tiene un gusto bastante cursi. Y aunque muchos no creen que las palabras YO y SILENCIOSA puedan coexistir en la misma frase, es el caso. Quienes me conocen realmente lo saben.


Wow! Mi última frase, es un poco como desabrocharse el pantalón, ¿verdad? O tal vez no... Pero al menos es un balbuceo de desnudez. Todavía no pretendo creer que la chica del espejo, la que se parece a mí, me pueda gustar por completito. Es humano, este sentimiento. Después de todo, ella no siempre se ha movido en la dirección correcta, no siempre ha entendido lo que tenía que comprender, o actuado como lo hubiera debido, en el momento correcto. Ella ha tenido una cintura mucho más fina y una barbilla menos. Ella ha sido más entusiasta, menos hastiada, más simpática... Ya ha estado más politizada, menos acerba. Pero esa chica ya no existe. Sigue siendo una imagen del pasado, inmortalizada en fotos que se encuentran en álbumes ordenados en el corazón de una biblioteca polvorienta. Sin embargo, empiezo a pensar que la chica del espejo tiene más potencial que la otra de antes. Qué loco, ¿verdad? El viaje no está completo en mi mente hirviendo, pero el camino está trazado y estoy tratando de limpiarlo, paso a paso, etapa por etapa, aunque no soy una buena jardinería. Sembré orquídeas, nomeolvides y también rosas, por sus espinas. Porque no quiero ser recolectada por otros, ya ves. Quiero recogerme a mi misma y hacer de mis flores mi propio ramo. Ahí, oficialmente acabo de bajar mi cremallera, lo confirmo. Está hecho. Done. Estoy desvistiendo mi alma. Algunos de ustedes ya miran hacia otro lado diciéndose que deberían cambiar de texto, ir a hurgar en los archivos de mi blog para encontrar algo más alegre (pffff ... ¡Pero qué naturaleza tan débil, la de ustedes!), Otros se sienten intrigados (y un tantito mirones). Pensaron que yo era un libro abierto, pero ¡sorpresaaaaaaa!, se dan cuenta de que guardaba muchas tramas de mi vida para mí (sí, ¡soy así de diablilla!). Las parcelas principales, de hecho. Algunos están conmocionados. Se dicen a sí mismos que bajarse la cremallera en público es impropio. ¿Y qué? Yo, digo que no es peor que tener los jeans abajo de las nalgas y mostrar su boxer a quien quiere (y quien no quiere) mirar. Ósea...


Así que aquí me estoy deshaciendo de mis capas superpuestas de temor de ser juzgada. Se siente bien, ¡no te puedes imaginar! Me siento como catapultada en una playa de Biarritz bronceando topless (bueno, voy a contrarrestar inmediatamente a los llorones que piensan que desdeño mis raíces haciéndome pasar por una europea. No malgastes tu placer, critica si se te antoja! Si elegí a Biarritz, NO ES para desairar a Quebec, pero es que aquí en la provincia, los senos desnudos en público, la sociedad todavía no los acepta súper bien. Más vale viajar a Biarritz, al menos por estos pocos momentos virtuales...). ¿Volvamos al tema, sí?... Para los clientes habituales de la playa, por lo tanto, no hay nada vulgar allí. Un par de senos es un par de senos, punto final. Pero para algunos turistas no iniciados, sigue siendo impresionante (¿o intimidante?). Es lo mismo cuando uno se revela desde dentro. Las personas que nos importan saben qué hacer con esta nueva desnudez intrínseca y no las intimida. Pero todos esos "turistas" que pueblan los lugares de nuestra vida, esas personas que van y vienen y para quienes no desarrollaremos ninguna intimidad real, se vuelven evasivos, tienen la mirada esquiva y de repente apenas parlotean pedazos de frases que según yo permanecerán suspendidos en el universo, probablemente para siempre. De hecho, si un desconocido se pone a hacerte confidencias, en la base, te preguntarás por qué, entonces lo juzgarás, no tendrás la empatía necesaria y seguirás muy rápido tu propio camino. Y esto, a pesar de tu emoción muy viva. Es así la desnudez de los demás. Nos afecta.


Considero que mi propia desnudez me queda muy bien.. Ni modo para aquellos que no piensan lo mismo. Los trozos de carne y los trozos de alma que dejo salir de mi caja fuerte, los asumo, y hasta los guardo un lugar privilegiado en la ventana de mi vida. De hecho tengo ganas de tratar de convencerte de que hagas lo mismo (¡Se siente bien, libera!) canturreando un pedacito de esta bonita canción que tal vez ya conoces:


Desnuda que no habrá diseño que te quede mejor

Que el de tu piel ajustada a tu figura

que no hay un ingenuo que vista una flor

Sería como taparle la hermosura

Desnuda que la naturaleza no se equivoca

Y si te hubiese querido con ropa

Con ropa hubieses nacido

Deja llenarme de tu desnudez

Para vestirme por dentro

Aunque sea un momento [1]


¿Sabes qué? ¡ESTOY DESNUDA! Totalmente desnuda.


Por lo menos trato de.


Y si no te atreves a abrir los ojos, no te preocupes: Siempre encontraré a alguien dispuesto a dejarlos abiertos.


[1] Desnuda, de Ricardo Arjona



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