"Quien se disculpa se acusa a sí mismo." (Stendhal)
Me disculpo por no proveerte un texto cada semana para nutrir tu imaginación o excitar a tu sentido del humor. Sí, me declaro culpable: este verano salté dos o tres semanas de publicación (¡qué mala, yo!), e hice como si nada fuera, ignorando al mismo tiempo tus resonantes: "Tú nos olvidas, bitch, nos das por sentado".
Hmm... Nooooo hombre, no te tomo nada por sentado, lo siento si te sientes así. Pero también me pregunto si no eres tú, de hecho, el que me da por sentada, yo, esa pequeña bloguera que solo pide ser leída cuando ella se digna a publicar todas las locuras que le pasan por la mente... ¿Verdad que se puede? Pero tengo que explicarte algo que quizás no sepas: no soy una mujer, soy un torbellino. Amo mi vida de esa manera y, a veces, me da la sensación de ser capaz de todo, de ser súper poderosa, lo que de hecho no es del todo cierto. Y cuando me doy cuenta de que me faltarían algunas horas en mi día para alcanzar mis objetivos, tengo a veces la idea, tienes razón, de posponer la publicación de un texto para la semana siguiente, y esto, para dos razoncitas que no son las menos importantes:
UNO: No me gusta publicar un texto medio terminado. Me horripila, para ser sincera.
DOS: necesito dormir, como toda la gente. Lo sé, soy así de extraña.
Sin broma, la vida de un torbellino es sobre todo cambiar de dirección al ritmo de las oportunidades, es dar todo al trabajo (todo, todo, todo), incluso si los esfuerzos para ayudar a los colegas a mantener el rumbo, a aguantar, pasaran desapercibidos o serán rápidamente olvidados. Es decidir activarse a diario para no perder el norte, incluso si te ves como una veleta por momentos. Por lo tanto, haces boxeo para evacuar el estrés, ashtanga yoga en tu sótano para fortalecer tu vientre, largas caminatas de casi dos horas para reflexionar acerca de tu vida, tríceps (¡un montón de tríceps, una orgía de tríceps, una sobredosis de tríceps!) para hacer que se derritan tus alas de murciélago.
El torbellino que soy viaja a Montreal en autobús de marzo a octubre (como mínimo) de uno a dos fines de semana al mes para ir a comer taquitos de cochinita pibil en el Chinatown, pero sobre todo para gritar como una pin** loca en un estadio su amor inconmensurable por el equipo de fútbol local, declarando oficialmente que su favorito es Alejandro Silva, pero no detesta tampoco a Quincy, el pequeño nuevo. De lo contrario, me quedo en casa y paso largos fines de semana cocinando platos exóticos (léase weirdo) siguiendo recetas encontradas en el Internet. O puedo asistir a conciertos en los que el 90% de la gente en la multitud podría ser realmente mis hijos (me pregunto qué hago con esos niños de veinte años, cantando "J'en ai plein mon cass [1]" al sonido de la guitarra de Émile Bilodeau). Es posible que mi texto no pueda ser finalizado a tiempo en estas circunstancias. Pues no... Ni modo.
Nosotros, torbellinos, pasamos noches enteras preparando futuros viajes, buscando boletos de avión, las mejores ofertas de hoteles, buenos restaurantes baratos, y terminamos haciéndolos de verdad cuando nuestras vacaciones apuntan al calendario. Nos encontramos de repente en algún lugar del mundo sin wi-fi a festejar con personas que amamos más que todo, en Dahab, por ejemplo, comiendo calamares en Alibaba, meneándonos al ritmo de la música de tuk tuk egipcia al estilo baladi, tirando de vez en cuando de una shisha una bocanada de humo a sabor de fresa, que atenuamos con un trago de té de menta (también me disculpo por haber desencadenado un pánico general en el Internet en noviembre pasado, cuando mi ruptura momentánea de la red social coincidió con un ataque terrorista en la misma península del Sinaí mientras yo estaba allí pasándola a todo dar. Lo siento, eso sí, pero no prometo que no lo volveré a hacer). Sucede a veces que el texto está terminado, pero que no encontramos cómo ponerlo en línea. No hay wi-fi. Maldito sea.
Y si no viajo, voy los viernes a comer con mi mejor amiga, donde ventilamos alegremente delante de un buen tártaro de salmón y una copita de prosecco (¡sí, estoy así de loca, ves!). Estos almuerzos emocionales, los llamamos nuestros viernes de "ventilación tártaro". Esto dice todo. Perdóname si a veces desierto a Facebook y a Twitter, pero también debo cuidar a mis amistades. Después de todo, ellas son lo que nos quedarán cuando seamos viejos y decrépitos y que nuestro universo consistirá principalmente en una mecedora y comida en puré.
Lo siento si tengo una familia... si tengo a un marido con el que quiera pasar un poco de tiempo (en teoría) y que insiste durante semanas para ir conmigo al cine (en la práctica). A veces eso es lo que priorizo en lugar de escribir. ¡No el cine, mi novio! Me disculpo por tener dos perros carlinos (que se comportan como dos pantuflas vivas por flojos) a mimar a diario, que lloran cuando no los acaricio, de tener que sacarlos a caminar por la noche después del trabajo y que me saltan en los brazos después de la cena, dejándome poco espacio para escribir en la computadora (Trata de escribir un texto con dos perritos en tus brazos, a ver. ¡Pruébalo y luego me cuentas!). Me disculpo por tener una sobrinita que se parece a mi como dos gotas de agua y con la que quiero hacer un paseo en el carrusel del parque de diversiones en lugar de sentarme a corregir los errores de ortografía de un texto que debo publicar mañana. O probar el Titán (la famosa atracción de La Ronde) con mi hermano, en lugar de preocuparme por encontrar un tema para su lectura del miércoles. Me disculpo por pasar tiempo con mi hermana en plena expansión, embarazada hasta la punta de las uñas, y por llamar a mis padres que viven lejos, para charlar. Me disculpo por salir con mi suegra una tarde de vez en cuando y llevarla a ver un espectáculo. Como ya sabes, yo no debería dedicar tiempo a cultivar mi familia, hasta que mi texto no esté listo. Me disculpo, pues.
Ya que estamos, me disculpo también por ser a veces bien grosera en mis textos, y hasta vulgar (sí, sucede), por usar anglicismos como una asimilada, por no respetar todo el tiempo a las políticas de la lengua francesa, por ser a veces incomprensible en español, por inventar palabras de acuerdo a mis necesidades de escritura, por hacer textos DEMASIADO LARGOS (sí, lo sé ...), por elegir temas dispares que te hieren en lo mas hondo en cada nuevo texto, por hablarte de sexxxo, a pesar de que sé que te ofende, por tener un lenguaje sucio a voluntad. Lo siento si padeces por culpa de mis cambios de humor bárbaros, de mi síndrome premenstrual, de mis juicios de valor bien cabrones, y que tengas aguantar cuando hablo sin saber. Si no sabes cuando estoy fantaseando o si digo la verdad. Si te hago dudar de todo, incluso de tus certezas más innatas.
Me disculpo por tener una opinión sobre todo, por ser demasiado abierta (porque eso es lo que dice la gente de mí, como si fuera una falta tan grave como ser intolerante), por no ser lo suficientemente patriótica, por ver el mundo como un solo y mismo país cuando sabemos que existen fronteras. Por ser una maldita feminista lo suficientemente loca como para quemar a su sostén, pero no lo suficientemente loca como para arrancar el velo de la cabeza de mis amigas musulmanas. Me disculpo por no volverme loca por la voz de Celine Dion. Parece que es anti-Quebequés tener preferencias. No lo sabía, lo siento. Y yo te presento todo esto como si nada en mis textos, ¡pobre de ti! ¡Debe ser desestabilizador al máximo!
Mientras estoy en medio de un verdadero sacramento del perdón, también me disculpo por atiborrarte de negatividad sobre el invierno. Es que siento que se acerca, había helada en el suelo esta noche, y sé que voy a refunfuñar y arrancarme mis greñas pelirrojas de pura desesperación en unas pocas semanas. Verás que pronto te escribiré otro texto de llanto contra el invierno, vomitando mi odio por la mierda blanca como una cobra su veneno. Soy así. En la vida, odio el racismo, la mostaza amarilla, los payasos, las mascotas y el invierno. Esto me vuelve más humana, de repente. Debería ofrecerte un buen ramo de flores de verano para hacerme perdonar.
Me disculpo por ser la madre soltera de un blog, que diseñé in Vitro. Gracias a Dios, tengo un poco de ayuda para cambiar sus pañales semanales, de lo contrario, hubiera tenido un burnout hace mucho tiempo ya. Lo sé, me falta disciplina, estoy desorganizada, soy un desastre de la peor clase y, como mi espíritu hirviendo, soy francamente desordenada a mis horas. Lo siento por todo eso...
De hecho, te imaginaras que no me disculpo realmente... porque hay cosas de la vida mucho más importantes.
Como acariciar a mis perros, por ejemplo.
[1] Canción de Émile Bilodeau.